El tratamiento de la epidemia es un ejemplo de que la alianza entre la comunidad científica y los estados puede alcanzar grandes resultados para las personas.
El Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH o HIV, por sus siglas en inglés) ha sido uno de los desafíos más grandes de la salud pública mundial y, también, un caso ejemplar de cómo la innovación científica y el compromiso de los estados pueden lograr enormes avances.
La historia del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) comenzó a escribirse el 5 de junio de 1981, cuando los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés) informaron sobre una forma rara de neumonía entre jóvenes homosexuales de California. Recién a mediados de 1982, adquirió ese nombre, luego de que se siguieran reportando infecciones oportunistas también en pacientes con hemofilia y personas que consumían drogas inyectables.
El virus causante de la enfermedad logró aislarse poco después, en enero de 1983, en una investigación que 25 años más tarde le valdría el Nobel de Medicina al equipo liderado por el virólogo francés Luc Montagnier.
Mientras la ciencia avanzaba en identificar cómo se transmitía el VIH, la enfermedad se iba propagando cada vez más, sumando víctimas fatales y acrecentando el estigma social que la rodeaba.
Los primeros tratamientos
La dimensión de la epidemia demandaba acciones urgentes y coordinadas. El 20 de marzo de 1987 llega la primera esperanza, cuando la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) aprobó el antirretroviral zidovudina o AZT. De todos modos, su toxicidad era considerable, así como la resistencia de algunos pacientes a tomarlo. La presión de los activistas hizo que la FDA modificara sus regulaciones en 1988 para acelerar la aprobación de nuevas terapias y fueron sumándose así opciones terapéuticas para tratar enfermedades oportunistas asociadas al SIDA, como algunos tipos de neumonía o el sarcoma de Kaposi.
El final de la década del 80 y principios de los 90 fueron años críticos. En 1994, el SIDA ya representaba la primera causa de muerte entre los estadounidenses entre 25 y 44 años. Ese año, Naciones Unidas creó el programa Onusida, en el que se reúnen desde entonces 11 de sus agencias para diseñar e instrumentar políticas relacionadas con la enfermedad.
El gran cambio
Esta decisión política acompañó el compromiso en investigación e innovación científica, en una alianza virtuosa que, en la segunda mitad de la década del 90, torció el panorama: comenzaron estar disponible nuevas terapias que modificaron el paradigma de tratamiento.
En 1995, se aprobó el primer inhibidor de la proteasa, que -combinado con dos antirretrovirales- logró controlar la carga viral y detener la progresión de la enfermedad. Este enfoque innovador, que además mejoró el perfil de seguridad y tolerancia del tratamiento, abrió una esperanza, ahora sí concreta, en la posibilidad de poner fin a la epidemia, objetivo que Onusida tiene planteado para 2030.
Desde 2000, la FDA aprobó más de 40 medicamentos para el VIH, que actúan cada uno de diferente manera contra el virus y que, en muchos casos, al utilizarse combinados, mejoran su eficacia y disminuyen las probabilidades de resistencia.
Hoy, la terapia estándar es una combinación de al menos tres medicamentos antirretrovirales. Los avances científicos también permitieron simplificar los “cócteles” de pastillas en esquemas más simples, que en algunos casos llegan a resumirse en un solo comprimido al día.
El futuro
Los tratamientos existentes son capaces de curar la infección por VIH y permiten llevar la presencia del virus en sangre a niveles indetectables y, si una persona mantiene una carga viral indetectable por más de seis meses y respeta la adherencia del tratamiento, no se verifica la transmisión sexual del virus. Sin embargo, es importante mantener las medidas que permiten mantener relaciones sexuales en forma segura.
Desde 2004, se redujeron más de un 51% los casos de muertes relacionadas con el sida: este pasó de ser una infección mortal a una crónica. El tratamiento antirretroviral es de por vida, y, con una adecuada adherencia y siguiendo las recomendaciones del médico tratante, puede permitir que una persona infectada con VIH tenga la misma esperanza de vida que otra sin el virus.
En los últimos años, se verificaron los casos de dos hombres que mostraron una remisión a largo plazo del virus, los llamados pacientes de Berlín y de Londres. Ambos recibieron un trasplante de médula de un donante que tenía una mutación genética con una resistencia a la infección por VIH. Según los especialistas, son dos casos aislados por la particularidad del trasplante, pero abren nuevas perspectivas terapéuticas para seguir investigando y llegar algún día a la cura.
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Toda esta información tiene por objetivo contribuir a la concientización y al conocimiento por parte de la comunidad sobre diversos temas vinculados al cuidado de su salud. Sin embargo, bajo ningún punto de vista intenta reemplazar el diálogo médico-paciente, que es uno de los espacios más valiosos para conocer en profundidad sobre éste y muchos otros temas, preservar la salud como estado de bienestar general, prevenir el desarrollo de enfermedades, acceder al adecuado diagnóstico de determinados cuadros e iniciar el tratamiento que el profesional de la salud sugiera y consensue con el paciente.