Un hallazgo casual, unido a la investigación y a la visión emprendedora, abrió la era de los antibióticos y aún hoy sigue salvando millones de vidas al año.
La gran mayoría de las veces los grandes avances científicos son producto de un esfuerzo colectivo. Uno de esos casos es el de la penicilina, un medicamento que cambió la historia de la medicina y que nació de la unión de tres elementos: una casualidad, la comprobación de ese hallazgo fortuito, y la producción a escala con una visión de salud pública. La penicilina fue el primer antibiótico en ser descubierto y, todavía hoy, es uno de los más usados para combatir infecciones por bacterias.
Serendipia en el laboratorio
Alexander Fleming había nacido en Escocia en 1881. Se mudó a Londres a los 13 años y allí se formó como médico. Comenzó a investigar en el St. Mary’s Hospital Medical School de la Universidad de Londres con Almroth Wright, un pionero de las vacunas. Combatió en el frente en la Primera Guerra Mundial y regresó a Londres a seguir investigando. No sabía entonces que iba a ayudar a salvar a centenares de heridos en la Segunda Guerra y a millones de personas en las décadas siguientes.
Era 1928. Fleming estaba estudiando la influenza. La historia cuenta que había vuelto de unas vacaciones cuando se dio cuenta de que en una placa de Petri las colonias de la bacteria Staphylococcus aureus no crecían en unas zonas de cultivo que habían sido contaminadas accidentalmente por un moho verde. Aisló el moho (el Penicillium notatum), lo cultivó y descubrió que producía una sustancia capaz de matar muchas bacterias comunes. Un producto de una casualidad, tanto que la Real Academia Española lo utiliza para ejemplificar la palabra serendipia, un hallazgo valioso que ocurre de manera accidental.
Fleming publicó sus investigaciones un año después, pero no tuvo éxito en aislar la penicilina como un compuesto terapéutico y, durante la década siguiente, envió el moho a quien se lo solicitara con la esperanza de que otro lo lograra.
Un trabajo conjunto
En la Universidad de Oxford, el bioquímico alemán Ernst Chain le propuso a su supervisor, Howard Florey, tratar de aislar el compuesto. El equipo dirigido por Florey lo logró: el 25 de mayo de 1939, inyectaron a ocho ratones con una cepa virulenta de Streptococcus: los cuatro que recibieron la penicilina sobrevivieron.
En agosto de 1940, el artículo que describía la purificación, producción y uso experimental de la penicilina fue publicado en The Lancet y seis meses después se hizo la primera prueba en un humano, un policía de Oxford que tenía una severa infección. El paciente mejoró, pero la escasez del fármaco hizo que no se pudiera continuar el tratamiento y falleció poco después.
Las siguientes pruebas completas con humanos fueron exitosas, pero ya había estallado la Segunda Guerra contexto que impedía a las farmacéuticas británicas embarcarse en la producción a escala de la penicilina.
Emprender e innovar.
En ese contexto, Florey y Chain tuvieron entonces lo que hoy llamaríamos “visión emprendedora”: viajaron a Estados Unidos para interesar a las autoridades y farmacéuticas locales en la producción. La guerra avanzaba y la posibilidad de contar con un antibiótico potente para tratar a los heridos abría grandes esperanzas.
Los investigadores de este lado del Atlántico innovaron en cuanto a la técnica de producción: la fermentación profunda permitió desarrollar enormes cantidades del medicamento. Para septiembre de 1943, el stock era suficiente para abastecer la demanda de las fuerzas aliadas, y fue en el frente donde la penicilina terminó demostrando su inconmensurable valor: mientras en la Primera Guerra Mundial la mortalidad por neumonía bacteriana fue del 18%, en la Segunda cayó a menos del 1%.
En 1945, Fleming, Chain y Florey ganaron el Premio Nobel de Medicina por iniciar la era de los antibióticos. Casi 75 años después, los antibióticos relacionados con la penicilina siguen estando entre las drogas más usadas y salvan millones de vidas en el tratamiento de las infecciones.
En la actualidad, reconociendo la mala utilización de esta categoría de medicamentos, la Organización Mundial de la Salud hace un llamado a su adecuada indicación y uso para prevenir el crecimiento del fenómeno que se conoce como resistencia bacteriana, por el cual determinadas ‘superbacterias’ se hacen más resistentes a los antibióticos y estos dejan de ser útiles, pudiendo representar una de las grandes amenazadas a la salud global.
Este es otro ejemplo en Medicina adonde una buena práctica individual, en este caso el buen uso de un medicamento en beneficio personal tiene impacto a nivel comunitario y global. Cabe recordar que los antibióticos son medicamentos que deben ser prescriptos por un médico, que deben ser adquiridos en farmacias exclusivamente presentando una receta y que se deben tomar en la dosis y el tiempo de tratamiento indicado por el profesional. Esta medida contribuye a que sólo se utilicen cuando son necesarios y no se incremente a la mencionada ‘resistencia bacteriana’.
Biblioteca Nacional de Medicina de EE.UU., Encyclopedia Britannica, National Dialogue for Healthcare Innovation, Public Broadcasting Service, Journal of the American Medical Association.